10 octubre 2007

El Abismo Negro (Cuarta Parte)

La historia se torna más intrigante a cada momento. Ya conocemos un poquito más sobre el misterio que asola la nave Cygnus pero... qué otros secretos se esconden tras sus paredes transparentes? Por qué el profesor se rodea de sus creaciones robóticas más modernas? Realmente la antigua tripulación no ha conseguido llegar a la Tierra? Si te haces las mismas preguntas u otras similares, continua leyendo para esclarecer todo misterio. Aún hay enigmas por resolver!!


El Abismo Negro - Cuarta Parte

Holland llegó a una terminal de aerocoches, eligiendo uno que lo llevara a la zona de enganche de la "Palomino". El vehículo arrancó suavemente. Al llegar a la primera intersección hubo algo que le impulsó a frenar bruscamente: seis robots humanoides, de los de espejo, caminaban lentamente, llevando sobre sus hombros una forma que a Holland se le antojó un ataud.

Descendió apresuradamente del vehículo para seguirlos. Tuvo que descender hasta el giro inferior, corriendo hacia el recodo del pasillo por donde los robots habían desaparecido.

Se encontró en una larga galería llena de puertas simétricas reconociendo, por su aspecto, la zona destinada a la antigua tripulación humana de la "Cygnus”, deteniéndose en el acto.

-¡Es extraño! -pensó tras penetrar en uno de los habitáculos-. El tripulante que dormía aquí dejó casi todas sus pertenencias antes de volver a la Tierra: fotos de la familia, objetos personales... ¡y el vestuario...! Bien pudo ocurrir que al tener que embarcar en las naves auxilíares, no pudiera llevar consigo gran cantidad de objetos por cuestión de espacio, pero una fotografía no abulta gran cosa...

Alejó de sí todos los pensamientos para continuar la persecución de los robots y su extraña carga.

Cruzó la puerta del otro extremo del pasillo y no pudo evitar una exclamación ante lo que se presentó ante sus ojos: estaba en una cámara abovedada como una pequeña catedral, totalmente vacía, a excepción de un dispositivo cilíndrico situado al fondo de la nave. Los robots se habian alineado en dos filas frente a él, situando su carga en el interior del tubo. Holland comprendió que comunicaba con el espacio exterior y que el dispositivo servía para arrojar fuera de la nave objetos inservibles. El sonido inconfundible del aire comprimido le confirmó sus sospechas.

-¡Que extraño rito! -Se dijo en voz baja-. ¿Por qué efectuar esta ceremonia para desprenderse de un robot inservible, en lugar de enviarlo a mantenimiento y aprovechar las piezas que aún estén en buen uso?

Holland no podía encontrar una explicación lógica a cuantas cosas había visto y su mente empezó a ìmaginar, con resultados aterradores.

Confuso, reemprendió el camino de regresó a la zona de amarre de la "Palomino".

Entretanto, en el almacén de repuestos Maximilliam se habia aproxìmado a un robot abandonado en uno de los extremos de la estancia, golpeándolo violentamente hasta arrojarlo al suelo.

Las luces del viejo robot parpadearon débilmente. Su forma recordaba a Vincent, aunque muy deteriorado. Se incorporó, lentamente hasta mantener una inestable posición vertical en su único estabilizador útil, mientras observaba a Maximilliam con evidentes muestras de temor.

-Soy Vincent -dijo con rapidez, interponiéndose entre el deteriorado robot y su descomunal oponente-. Vital Información Necesaria Centralizada. Interactivo con los humanos.

La máquina más vieja no respondió, dejando a su interlocutor confuso. Estaba seguro de que el otro robot debía estar programado para el diálogo, no comprendiendo su obstinado silencio.

Maximilliam observó detenidamente a los dos robots, hasta que Pizer le recordó lo que habían venido a buscar. Conectó uno de sus miembros al panel de inventario y varias luces en distintos compartimentos se encendieron.

El robot deteriorado empezó a seleccionar las piezas necesarias para la reparación de la "Palomino".

Lejos de allí, al otro lado de la inmensa "Cygnus”, Harry Booth habia conseguido despistarse para curiosear por su cuenta. Sus pasos le llevaron hasta un inmenso invernadero lleno de plantas en cultivo hidropónico, cuyo control era supervisado por un robot de aspecto humanoide.

-Buen trabajo -comentó Booth acercándose al jardinero-. Esto me recuerda las modernas granjas de cultivo de Arizona.

El robot no respondió, sin que ello sorprendiera a Booth, Ya que hubiera supuesto un cambio de su programación. En vez de ello, movió rígidamente uno de sus brazos para ajustar un control.

Harry se inclinó hacia delante, escudriñando la cara del silencioso jardinero, pero no pudo ver otra cosa que su propio rostro reflejado en la mascara de espejo.

Repentinamente, el robot dio la vuelta para dirigirse hacia la salida, haciendo que el periodista soltara una exclamación mientras abría los ojos al máximo.

¡El robot cojeaba!

-¡Eh..., espera un momento! -gritó Booth corriendo para rodear la consola de mandos.

Llegó unos segundos tarde y la puerta se había cerrado a espaldas del robot cojo. Cuando consiguió abrirla de nuevo ya había desaparecido.

* * * * * *

-Te aseguro que era un funeral estaba diciendo Dan Holland, con más vehemencia de la habitual en él-. Lo vi con mis propios ojos.

Pizer hizo un gesto escéptico, mientras alargaba uno de los recambios a Vincent. Este calibró opticamente el objeto y lo situó en la línea del regenerador estropeado. Escuchaba en silencio, aunque sin meter baza en la conversación.

-Dan, nadie entierra un robot. Si ya no pueden repararse, son desguazados para aprovechar sus piezas. El único motivo que podría haber es la falta de espacio, y eso no ocurre en la "Cygnus".

-¿Y quién dice que fuera un robot? -preguntó Booth.

-¿Qué podría ser entonces?

-No lo sé... Todo esto es muy extraño. Tampoco he visto un robot cojo en mi vida. ¿No creéis que Reinhardt ha podido engañarnos?

-Sí, también cabe esa posibilidad. Dentro de un rato tenemos que reunirnos con él para la cena. Veamos qué podemos sonsacarle.

-Sí, casi es la hora. Dejemos las reparaciones por el momento y vamos a cambiarnos de ropa.

Poco después, Holland, Pizer, Booth y Vincent caminaban a lo largo de uno de los pasillos. El robot iba, evidentemente, disgustado.

-Insisto en que debería acompañarles al comedor.

-No, Vincent. Será mejor que no vengas. Ya hemos tenido bastantes problemas entre Maximilliam y tú, y no me gustaría que tuviérais una nueva pelea, si podemos evitarla.

Unos sonidos inesperados atrajeron la atención del grupo. Varios robots centinelas estaban reunidos en lo que parecía una sala de recreo para robots.

-¿Por qué no entras aquí y te distraes un poco? -pregunto Pizer-. Te vendrá bien un poco de relax para tus circuitos. Ultimamente estás más irritable que de costumbre.

Vincent iba a protestar, pero se abstuvo de hacerlo para no darle la razón al primer oficial. Silenciosamente penetró en la sala de recreo, mientras que el resto de sus compañeros continuaba la marcha hacia el comedor de la "Cygnus".

Un grupo de centinelas se entretenía contemplando la demostracion de tiro láser que hacía uno de ellos. A su lado, la vieja unidad que Vincent conociera en el almacén de repuestos, trataba de competir sin demasiado éxito.

Al fondo de la sala había una pantalla electrónica de blancos en movimiento. Surgían de cualquier parte, zigzagueando a gran velocidad.

El robot disparaba con gran certeza, apagándolos uno tras otro, y demostrando una vanidad casi hurnana.

Cuando la vieja unidad B.O.B. quiso disparar, después de conseguir dos blancos consecutivos, fue empujando a un lado por su oponente, haciéndole errar el disparo. El fallo fue celebrado con gestos de burla por parte del grupo de espectadores.

Tras hacer una nueva demostración de su extraordinaria habilidad con los láser, el robot jefe de guardias (se diferenciaba del resto al llevar su revestimiento pintado de negro, en lugar del rojo de todos los demás), se frotó la estrella que pendía de su pecho con orgullo, en una cibernética demostración de lo que una máquina podía llegar a presumir por haber conseguido un trofeo en campeonatos de tiro.

-Creo que voy a tener que dar una lección a ese presumido -dijo Vincent en voz alta, seguro de que la unidad B.O.B. podía entenderle.

Pidió un par de pistolas láser, ya que las que llevaba incorporadas a su sistema de defensa habían sido anuladas al entrar en la "Cygnus", y cuando las tuvo en su poder se dirigió a la línea de tiro a retar al jefe de guardias.

* * * * *

Los muebles del cornedor no eran verdaderamente antiguos, aunque tenían el aspecto de serlo. Habían sido construidos en los talleres de la "Cygnus" basándose en las cintas de historia de la biblioteca de la nave, bajo la dirección personal de Reinhardt, y había que reconocer que los resultados habían sido sorprendentes. Lámparas, cortinas y alfombras acababan de dar el toque perfecto, así como la vajilla de plata y cristalería magníficamente tallada. Lo unico que desentonaba era el cuadro en el que estaba pintada la "Cygnus", pese a que el marco era también antiguo y muy bien tallado.

Los silenciosos robots humanoides sirvieron un excelente vino que no dudaron en ponderar.

-Está hecho de uvas auténticas -se apresuró a aclarar Reinhardt-.

-Desde que me quedé solo verifiqué algunos cambios en las plantas hidropónicas de cultivo. Al fin y al cabo, bien podía permitirme algunos caprichos en medio de esta soledad.

Se sentaron a la mesa y, naturalmente, el sabio ocupó la cabecera.

Los invitados fueron atendidos inmediatamente, los robots camareros sirvieron una exquisita sopa de setas auténticas. Los tripulantes de la "Palomino", después de dieciocho meses de alimentos sintéticos o reciclados, casi habían olvidado el sabor de la comida natural.

-Recuerdo haber escrito sobre el campo de cultivo de la "Cygnus", lo bastante grande para toda su tripulación -comentó Booth.

Reinhardt sonrió antes de responder.

-Actualmente es diminuto; lo justo para cubrir mis necesidades personales. Era una tontería seguir manteniéndolos todos a pleno trabajo.

Booth guardó silencio preguntándose por qué el profesor mentía. Él mismo había tenido ocasión de verlos cuando habló con el robot jardinero.

-¿Cómo marchan sus reparaciones? -preguntó Reinhardt cambiando de tema-. No es que me molesten aquí, como es natural, no les estoy pidiendo que se marchen.

-Creemos que en unas cuantas horas podremos poner a la "Palomino" de nuevo en marcha. Tan pronto lo hagamos, volveremos a la Tierra.

-Habla por ti -dijo Alex Durant-. A mí me gustaría quedarme. Hay mucho que aprender en este lugar, y si el profesor Reinhardt no opina lo contrario...

Antes de que el comandante de la "Cygnus” pudiera expresar su opinión, Holland replicó:

-Todos los que salimos de la Tierra regresaremos a ella, sin excepciones.

La entrada de Maximilliam en el comedor impidió que nadie pudiera enzarzarse en una discusión. Se acercó a Reinhardt para informarle de algo en el sistema de comunicación que sólo el profesor podía entender.

-¡Magnífico! -exclamó Reinhardt más excitado. de lo que en él era frecuente-. Felicítale en mi nombre. Dentro de unos minutos me reunire con vosotros.

-¿Ocurre algo, profesor? -preguntó Durant.

-Sí. Algo magnífico, sin duda alguna. Mi nave exploradora entró en el interior del abismo negro hacia más allá del horizonte de convergencia... ¡y ha vuelto! Ahora, señores, con su permiso, debo retirarme durante unos momentos. Les ruego que continúen la comida sin mí. Me reuniré con ustedes en cuanto pueda.

* * * * *

Los robots se habían agrupado tras los dos tiradores mostrando una evidente toma de partido por su jefe. El tirador negro hacía gala de una fanfarronería como Vincent sólo recordaba haber visto en algunas gentes de la Tierra.

La pantalla electrónica se iluminó para dejar paso a una luz zigzagueante que cruzó de lado a lado a gran velocidad. Antes de que pudiera perderse en la zona neutra, un disparo del robot negro la apagó, entre la algarabía de los espectadores.

Vincent repitió la hazaña, con la única salvedad de que utilizó seis décimas de segundo menos.

Las secuencias de disparo se sucedieron durante algunos minutos. La seguridad y rapidez del pequeño robot dejaron pasmados a cuantos presenciaban el original desafío, y era evidente que el presuntuoso campeón estaba empezando a perder los nervios. Sus circuitos zumbaban amenazadoramente, sin que por ello Vincent perdiera la calma. Por el contrario, le daba confianza, mostrándose cada vez más insolente.

De un blanco móvil pasaron a dos, después a tres y, finalmente, a cuatro. Era necesario ser muy bueno para disparar certeramente con tanta velocidad, y el robot negro estaba demostrando que había ganado su preciada medalla por algo. Sin embargo, su programación era excesivamente pobre comparada con la de Vincent, orgullo de la cibernética terrestre. Y con unos circuitos sensores incomparables con los rudimentarios de los antiguos robots.

Por fin, el robot negro falló dos tiros consecutivos.

Era el momento que Vincent estaba esperando.

Se preparó para disparar, sin dejar de observar que su antagonista había dado un paso hacia él, por lo que le pilló demasiado desprevenido cuando fue empujado en el momento de soltar el primero de una sucesión de cuatro disparos de láser y si bien falló el primero, los otros tres dieron en el blanco.

Una de las extensiones de Vincent pulsó el tablero de control de la pantalla ordenando diez blancos consecutivos, arrancando un murmullo de admiración entre la concurrencia.

Nadie había intentado jamás semejante hazaña, y era seguro que nadie podría conseguirlo.

Vincent se elevó flotando un par de metros por encima del tablero y empezó a disparar. Lo hacía con una rapidez increíble, girando sobre si mismo, de lado o boca abajo. Era lo mismo. Uno tras otro, las diez relampagueantes luces en la pantalla fueron apagándose sin fallo.

Y aún tuvo la gracia de hacer una última demostración. Disparó una vez más al borde de la pantalla, allí donde eran recogidos los posibles tiros fallidos. El láser rebotó de uno a otro lado por tres veces consecutivas para, al fin, ser repelido hacia el lugar de origen. El robot negro vio asombrado cómo el tiro le abrasaba la medalla que colgaba de su pecho, sin rozarle siquiera.

Fue demasiado para él. Los circuitos empezaron a calentársele provocándole un fuerte temblor. Diversos cortocicuitos se produjeron en su interior y el robot se derrumbó en medio de una nube de humo y un fuerte olor a quemado.

La confusión fue aprovechada por Vincent para abandonar la sala sin que nadie se diera cuenta.

El viejo robot corrió balanceante a reunirse con él.

-Mi nombre es «Bob Veintiséis", Batallón Biosanitario -dijo presentándose.

-Estaba seguro de que podías hablar -respondió Vincent-. Eres un modelo demasiado moderno para no ser comunicador. ¿A qué se debe tu silencio?

-No podía hablar delante de los demás, y menos aún de Maximilliam. Las otras mãquinas, las que Reinhardt construyó o modificó, hubieran hecho que me desmontaran.

Sus propulsores chirriaron cuando se dirigió al fondo del pasillo para averiguar si venía alguien. Al ver el camino despejado, hizo una seña para que le siguiera, entrando apresuradamente en el almacén de repuestos.

-Aquí estaremos más seguros -dijo al fin, balanceándose sobre su único suspensor útil-.Tengo un montón de cosas que contarte.

-¿ Tenéis Pistolas láser por aquí? -pre gunto Vincent.

El viejo Bob se acercó a un mostrador abriendo un compartimiento. Vincent echó un vistazo al interior y cogió un par de ellas para insertarlas en las extremidades de sus brazos principales, en sustitución a las deterioradas.

-Ahora me siento mejor -dijo-. ¿Que tenías que contarme?

-Tus amigos corren un grave peligro. Ven conmigo. Quiero que veas algo con tus propias ópticas.

Se deslizaron lo más silenciosamente que pudieron fuera del almacén. Los propulsores de Bob tenían tendencia a chirriar de cuando en cuando, y no podía alcanzar la velocidad que hubiera sido deseable en caso de necesidad.

Al fin se detuvieron frente a la puerta de una sala y Bob advirtió a su amigo que guardara silencio antes de abrirla. La puerta se abrió sin ruido y Bob la cerró tras él.

Se encontraron en una sala circular iluminada tan sólo en su centro, donde poderosos rayos laser de precisión actuaban sobre una plataforma cilíndrica. La plataforma giraba lentamente y Vincent advirtió alojamientos especiales para cuerpos humanos.

Era un quirófano altamente tecnológico Y los alojamientos estaban ocupados por los cuerpos de varios humanoides a los que se estaba dando tratamiento.

-Ahí tienes a la antigua tripulación de la "Cygnus"... o lo que queda de ella.

Vincent sintió algo muy parecido a un estremecimiento. Los tableros de mando del quirófano eran manipulados por robots humanoides. Lo que se ocultaba tras las máscaras de espejo, prefirió no imaginarlo. -¿Qué están haciendo? -preguntó.

-Los mantienen con vida con una técnica de Reinhardt que prefiero no saber. Ahora son más robots que humanos, pero...

-Luego entonces, ¿toda la tripulación es...?

Bob parpadeó, varias luces en señal de asentimiento.

-Cuando se recibió la orden de regresar a la Tierra, dando por cancelada la misión de la "Cygnus", Reinhardt pareció volverse loco. Se negó rotundamente a obedecer y empezaron a surgir problemas. Toda la tripulación se puso de acuerdo en que no quedaba otro remedio que volver, de lo contrario la "Cygnus" pasaría a ser una nave pirata. Reinhardt simuló acceder para ganar tiempo y, en secreto, empezó a reprogramar a todos los robots con ayuda de Maximilliam al que había construido como si fuera un proyecto de investigación, al menos eso es lo que hizo creer a los demás humanos. La nueva programación de todos los robots comenzó en el momento que había elegido para la toma absoluta de poder, cuando esa programacion fue activada mediante un impulso electrónico determinado que tan sólo Reinhardt conocía. El resto es fácil de imaginar... se hizo con el control absoluto de la nave. Los humanos que sobrevivieron... ya has vìsto en que se han convertido. De vez en cuando, alguno de ellos muere por causas naturales, aunque estoy seguro de que otros experimentan un momento de lucidez, y se suicidan.

-¿Sólo un momento? ¿No podría ser que algunos retuvieran aún la suficiente como para ser devueltos a su estado normal?

-Lo dudo. Sus cerebros han sido alterados para realizar el trabajo que les ordena Reinhardt, sin voluntad alguna para desobedecer. No reaccionan ante nada, a excepción de la tarea que les ha sido encomendada. A veces, cuando he conseguido quedarme a solas con algunos de ellos, he intentado comunicarme, pero ninguno ha respondido.

-¿Cómo es que no fuiste reprogramado por Reinhardt como los otros robots?

-Fue una pura cuestión de azar. Soy el único modelo de mi tipo a bordo de la "Cygnus". Al principio había más, pero por una causa u otra empezaron a fallar y fueron desactivados. Yo ocupaba una zona al fondo de la base de mantenimiento, y mi trabajo era originariamente realizado por humanos, por eso puede que no estuviera en ninguna de sus listas que hicieron cuando los robots fueron programados. Fui reactivado varios días después de que Reinhardt se hubiera hecho el dueño absoluto de la nave, cuando ya todos los humanos habían muerto o habian sido convertidos en humanoides. Tuve buen cuidado en parecer un sujeto inofensivo, sin capacidad de respuesta y aparentemente poco inteligente. Si Maximilliam hubiera descubierto mi auténtico poder potencial, es seguro que me había mandado al taller de desguace.

La puerta se abrió tras ellos para dar paso a dos robots centinelas. Varias luces se encendieron, en rápida sucesión, en sus unidades monitoras exteriores cuando reaccionaron ante la presencia de los dos intrusos en la zona prohibida.

-¡Al suelo, Bob!

Cortaron sus propulsores, cayendo casi hasta el suelo, mientras las armas de los centinelas empezaban a situarse en posición de tiro. Antes de que cualquiera de los dos pudiera disparar, los láser de Vincent abrieron fuego varias veces y los dos centinelas cayeron hacia atrás, a la antesala, chisporroteando los destrozados módulos internos, y arrojando gotas de metal líquido.

Indiferentes a cualquier cosa que no fuera la tarea que les había sido asignada, los cirujanos humanoides continuaron operando.

-¡Vámonos de aquí! -dijo Vincent llevando a su compañero al otro lado de la puerta y cerrándola tras ellos-. Tenemos que ocultar a estos robots antes de que nos descubran.

Introdujeron los restos de los robots bajo un mostrador fuera de servicio y se perdieron pasillo adelante.

Continuará...

Khaya

09 octubre 2007

El Abismo Negro (Tercera Parte)

De nuevo la historia se nos presenta rodeada de un halo de misterio. Por fin, en esta tercera parte, se nos desvela el mayor y más esperado secreto, centro de la temática principal del relato. Si has leído las demás partes, tu intriga habrá crecido considerablemente y necesitarás, de seguro, saber qué ocurre dentro de la nave Cygnus.


El Abismo Negro - Tercera Parte

El ascensor se detuvo poco después y la puerta se abrió, permitiendo al grupo contemplar la sala de la torre de mando.

La cabina de control de la "Palomino" era una insignificancia comparada con ésta. La inmensa sala circular mantenía alineados a su alrededor infinidad de paneles electrónicos que parpadeaban ininterrumpidamente, en una altura de dos pisos. Sobre sus cabezas, la bóveda transparente permitía ver el firmamento cuajado de estrellas y el abismo negro girando amenazador. El espectáculo era impresionante.

-¡Fabuloso! ¡Maravilloso! -repetía Durant, con unos ojos abiertos como platos-. Esos telescopios... esos paneles electrónicos... Las Pantallas... ¡Es magnífico!.

-Ya puede serlo, con el dinero que les costó a los contribuyentes -comentó Booth.

- No hables de dinero en estos momentos, Booth. Resulta tan mezquino ante una obra tan inmensa.

Katherine Mac Crae había avanzado hasta el centro de la sala. Vagas figuras se alineaban a lo largo de los paneles con una apariencia casi humana.

-¡Hola! -gritó-. ¿Pueden oírnos?.

Ninguna de las figuras se movió. Vincent se aproximó a la doctora para informar.

-Parecen ser una especie de robots, aunque carecen de sistema de comunicación. No entiendo la causa de por qué los construyeron tan primitivos, aunque he oído hablar de algunos así. Para mí resulta aterrador.

Las desdibujadas figuras que continuaban trabajando en los cuadros de control fascinaban a Kate. A aquella distancia la similitud a seres humanos era muy intensa, y los hubiera tomado como a tales a no ser por lo rígido de sus movimientos. Empezó a caminar hacia ellos, pero se vio detenida por una mano sobre su hombro.

-Quieta, Kate, hay algo mas ahí -dijo Dan.

El propio Vincent se sobresaltó ante el descubrimiento, escondiendo sus ópticas bajo el casco protector en un movimiento reflejo.

Una masa formidable se deslizaba hacia ellos, resultando más aterrador dado el silencio con que se movía.

Era un robot gigantesco, de un tamaño semejante a los que se utilizaban en la Tierra para trabajos rudimentarios y que requerían gran potencia; pero por la forma en que se dirigía hacia ellos, Holland dedujo que estaba dotado de alta capacidad mental. Robots de tal fuerza y con libertad de movimiento estaban totalmente prohibidos en la Tierra, por el riesgo que ello implicaba.

Que tal ley había sido ignorada en la "Cygnus" era evidente.

Tenía una sola óptica en forma de media luna que dividía en dos su cabeza cónica. El visualizador brillaba ahora con un color rojo intenso, el mismo con el que estaba revestido todo el poderoso cuerpo. Su actitud era tan amenazadora que el grupo empezó a retroceder hacia el ascensor.

Vincent se situó entre sus compañeros y la amenazadora figura. Apenas a un metro de distancia, la máquina roja se detuvo como examinando a su oponente, calculando la fuerza potencial que podría oponer.

Con los laser estropeados, el pequeño robot ofrecía una magnifica lección de valor. No retrocedió un milímetro, aguardando impasible lo que pudiera ocurrir.

-Es inconcebible -murmuró Durant-. Una nave flotando en el espacio con esa cosa al mando.

El monstruo se detuvo para girar la cabeza, observando así a quien había hablado.

-Una suposición un tanto temeraria, doctor Durant, sobre todo ignorando qué es lo que ha sucedido aquí.

-Vaya, después de todo habla -comentó Booth.

-No -respondio Holland mirando más allá del robot rojo-. Estoy seguro de que la voz no surgió de aquí.

-Observación acertada -continuó la voz-. Maximilliam y mis robots sólo hacen lo que les ordeno. Y de la forma que me parece adecuada.

Holland rodeó al monstruo y se dirigió al fondo de la sala de mandos sumida en la penumbra.

Una figura humana, se destacó entre las sombras.

-Bienvenidos a la "Cygnus", caballeros y... señorita. Disculpen mis modales, tal vez un tanto exagerados al recibirles, pero deben comprender que tenía que tomar mis precauciones ante su nave, modelo que me es totalmente desconocido, antes de tomar una decisión. Incluso ignoraba si eran humanos o no. Cuando lo averigué, tenia el deber de seguir mostrándome receloso, ya que asimismo ignoro qué ha podido suceder en la Tierra desde que yo partí. Al fin y al cabo esta nave sigue siendo responsabilidad mía.

La figura abandonó las sombras entrando en la zona iluminada. Era alto, con barba, con el cabello casi totalmente gris. Hizo un gesto al robot, que aún continuaba amenazante, y éste se retiró a un lado, permitiendo que el misterioso personaje y sus visitantes se encontraran frente a frente.

-¡Profesor Hans Reinhardt! -exclamó Booth-. Veo que continua aficionado a sus apariciones teatrales.

-Y usted a mojar su pluma en veneno. Recuerdo haber leído alguno de sus artículos antes de que la "Cygnus" abandonara la órbita terrestre. Para ser un individuo que se gana la vida con lo que escribe, es demasiado poco piadoso. Pero, claro, tan sólo los derrotistas, y los que hieren a los demás, llaman la atención del gran público.

-¿Cómo sabe nuestros nombres? -preguntó Holland, deseando interrumpir las frases hirientes entre ambos.

-Les observé desde que se aproximaron. Aunque no esperaba visitas en un lugar como este, no por ello dejo de estar prevenido para cualquier eventualidad.

La cara de Kate estaba muy pálida, con la emoción asomando a sus ojos. Si Reinhardt estaba vivo, era posible que su padre lo estuviera también.

-¿Doctor Reinhardt? -dijo Mac Crae con la voz temblorosa por la tensión.

-Mi querida niña, sé cuál va a ser tu pregunta, y lamento profundamente causarte este dolor; Sí, tu padre ha muerto.

La doctora acusó el golpe. Una cosa era considerar a su padre perdido en el espacio Y otra muy distinta tener certeza de su muerte. La mano cálida de Holland se posó en su hombro.

-Lo siento, Kate -murmuró.

-Un hombre de quien sentirse orgulloso -prosiguió Reinhardt-. Fue una dolorosa pérdida para mí. Además de un magnífico colaborador, fue un extraordinario amigo... el mejor de todos.

-¿Qué fue del resto de la tripulación? -preguntó Holland sin diplomacia.

-¿De modo que no consiguieron volver? -respondió Reinhardt con gesto dolido, como si esperara las palabras de Dan, pero no hubiera querido oírlas.

-No. ¿Qué quiere decir con "conseguir volver”?.

-Cuando recibimos la orden de regreso, unos querían hacerla efectiva de inmediato, mientras que otros..., yo entre ellos, considerábamos totalmente absurda esa decisión. ¿Qué sabían esos estúpidos políticos de la Tierra sobre ciencia? Tan sólo hablan de dinero, anteponiéndolo a cualquier otro asunto que no sea su propia ambición. Un político cualquiera tomó la decisión de suspender nuestra misión... así, sin más consideraciones. Fue entonces cuando tomamos una determinación. Los que quisieron regresar, lo hicieron en las naves auxiliares; mientras que los que prefirieron quedarse en la "Cygnus" (su padre entre ellos, señorita Mac Crae), permanecimos aquí. Fuimos muy pocos, tengo que reconocerlo, tan sólo su padre, otro profesor y yo.

Se encogió de hombros, antes de añadir:

-Y ahora soy el único superviviente.

La puerta del ascensor se abrió súbitamente, apareciendo Pizer escoltado por varios robots armados. Al ver a sus compañeros, su cara se alegró de repente.

-¡Hola, chicos! -Saludó-. ¿Habéis visto el agradable aspecto de mis acompañantes?.

-Lamento que mis guardias no tengan mayor sentido de la amabilidad, señor Pizer -dijo Reinhardt sonriendo-. ¿Tiene la bondad de unirse a nosotros?.

Después dio una orden seca a los robots que habían acompañado a Pizer para que se retiraran, cosa que hicieron de inmediato, demostrando una ciega obediencia. Holland apuntó el dato mentalmente para él.

-No queremos abusar de su hospitalidad, doctor Reinhardt, pero tenemos problemas con el sistema de regeneración de Oxígeno de nuestra nave y necesitamos algunos repuestos. ¿Podría usted facilitárnoslos?.

-Por supuesto, comandante. Tienen a su disposición todo nuestro almacén, aunque no sé si las Piezas que hay allí servirán para su nave. Al fin y al cabo es mucho más moderna que la "Cygnus» e imagino que alguno de los sistemas habrá cambiado.

-Puede ser, pero ya nos la arreglaremos.

-Estoy seguro de ello. Maximilliam les acompañará a nuestro almacén.

El robot inició la marcha hacia el ascensor sin que Vincent se apartara de su camino, produciéndose un curiosos enfrentamiento. El coloso empujó a su pequeño rival contra la pared con ánimo de aplastarlo.

-¡Basta ya, Vincent! -ordenó Pizer-. Señor Reinhardt, diga a su monstruo que se esté quieto.

-No es el tono adecuado para hablarme en mi propia nave -repuso duramente Reinhardt-.

Al cabo, ordeno a Maximilliam que cesara la lucha, para añadir en tono más amistoso:

-A veces pienso que Maximilliam no es más que un chiquillo grandote, que no mide bien sus fuerzas. En fin, me imagino que desearán visitar la "Cygnus"...

-¡Por supuesto! -dijo Durant apresuradamente-. Estoy ansioso por conocer sus sistemas.

-¿A qué es debido el campo antigravedad que hay en torno a la nave? -preguntó Mac Crae-. Es el fenómeno más extraño que he visto nunca.

-No se trata de un fenómeno, mi querida Kate. Desarrollé un complicado sistema para producir ese campo antigravitacional capaz de resistir las fuerzas más grandes. Le aseguro que me llevó muchos años de estudio y experimentación.

Booth examinó el curioso aspecto de los robots que manipulaban los tableros de mandos.

-¿También "éstos", son creación suya? Tienen una pinta muy rara, con esas máscaras de espejo delante de la cabeza.

-Así es, señor Booth. Ya les dije que tras la muerte del doctor Mac Crae me quedé absolutamente solo... y no soy tan inhumano como usted piensa. Yo también necesito compañía, así es que procuré darles el aspecto más humano que fui capaz.

Se acercó a ellos poniendo la mano con gesto amistoso sobre el hombro del que tenía mas cerca. El robot continuó su trabajo, sin dar la menor muestra de percibirlo.

-Si desean acompañarme les mostraré lo más fundamental de mi nave. Pueden hacer cuantas preguntas quieran.

Reinhardt escoltó a sus invitados alrededor de la circunferencia de la torre de mando, explicándoles la función de cada uno de ellos, y respondiendo pacientemente a cuantas preguntas le hacían, incluso aquellas que por su expresión consideraba tontas.

-Mientras muestra el resto de la nave a mis compañeros, nosotros preferiríamos ir primero al almacén de repuestos -dijo Holland-. ¿Puede ordenar a su robot que nos guíe?.

-Por supuesto, comandante -respondió el profesor, haciendo un gesto al monstruo rojo que, inmediatamente, se puso en marcha hacia el ascensor.

Al cruzar la puerta, empujó intencionadamente a Vincent, pero esta vez el pequeño robot no respondió a la provocación. Holland y Pizer entraron tras ellos; las puertas se cerraron, y el ascensor se puso en marcha silenciosamente.

Alex Durant estaba realmente impresionado, y no sólo por la magnificencia y alta tecnologia de la "Cygnus". Eran los descubrimientos del profesor Reinhardt lo que le dejaba sin habla. A bordo de aquella nave se había adelantado científicamente, gracias a un solo hombre, más que en toda la Tierra con sus miles y miles de cientificos. Era inútil que Booth tratara de quitar importancia a estos hechos, preocupado tan sólo en atacar al profesor y su conducta. De lo que no cabía la menor duda era de que Hans Reinhardt era un genio.

Escuchaba las explicaciones de las teorías del sabio con la misma devoción de un acólito que espera ser ordenado. Mac Crae se mostraba más reservada, aún reconociendo la enorrne valía de su interlocutor.

Maximilliam había conducido a Holland, Pizer y Vincent por debajo del nivel del corredor de aerocoches que cruzaba la nave. Ahora estaban en las profundidades de la enorme nave-ciudad, viajando a pie por un pasadizo mucho más estrecho, desde el que podían ver, a través de las bóvedas transparentes, parte de la superestructura.

Maximilliam se detuvo al fin junto a una puerta extendiendo el brazo. La cerradura chirrió un poco, cosa insólita en comparación con el suave funcionamiento de todas las restantes. La primera impresión que tuvo Holland, cuando pasaron al otro lado, era de que se encontraban en una zona raramente visitada. Hileras de estanterías cargadas de mercancía llegaban hasta el techo.

-Te diré lo que voy a hacer, Charlie dijo Holland-. Regresaré a la "Palomino” y empezaré a desmontar el generador. Creo que aquí encontrarás todo lo necesario. Cuando lo tengas, te reunes conmigo.

Inmediatamente, Maximillian se situó ante él para bloquearle la salida.

-No te preocupes por mí -dijo Holland, dando un cachetito a la imponente máquina. Sabré encontrar el camino. Tú preocúpate de buscar cuantas piezas necesitamos, ya sabes lo que dijo tu amo.

El robot permaneció indeciso cuando Holland salió rápidamente, perdiéndose pasillo adelante. Se notaba que estaba confuso sin saber qué decisión tomar. Pizer intervino de inmediato.

-Necesitamos válvulas de presión para aporte de oxígeno, primarias y secundarias, con unidades microordenadas incorporadas, y un controlador de fluidos con buena proporción de ECS..

De mala gana, Maximillian se puso en movimiento para cumplir lo que le pedían..

Continuará...

Khaya

08 octubre 2007

El Abismo Negro!! (Segunda Parte)

Aunque no lo parezca, el relato está muy interesante. La continuación de hoy te dejará con ganas de seguir leyendo. A decir verdad, estamos llegando al clímax central de la historia. En breve sabremos qué ocurre en la nave Cygnus. Aunque... toca esperar un poquito. Podrás contenerte?


El Abismo Negro - Segunda Parte

Normalmente Vincent no se hubiera molestado en asegurarse. Su sistema especial de vuelo era lo suficiente seguro como para poder trabajar en espacio abierto sin complicaciones; pero la actual situación era muy diferente, y tomó la precaución de unirse al casco de la "Palomino" con un cable de alta resistencia.

Mientras se movía lentamente a lo largo de la nave, podía percibir el estruendo que emitía el abismo negro. Era un estruendo que ningún humano hubiera podido percibir, un estruendo totalmente electrónico, era el lamento de la materia que moría cuando era aplastada por aquella increíble fuerza del espacio.

En el interior de la nave las cosas no marchaban del todo bien. Pizer y Durant estaban comprobando que el sistema principal regenerador de aire estaba totalmente arruinado y tan sólo funcionaba a medias el secundario.

-¿Qué podéis hacer? -preguntó Holland por el intercomunicador.

-Prácticamente nada, jefe. Nadie puede reparar estos enlaces microscópicos. Habría que sustituirlos y no tenemos repuestos.

Vincent acababa de terminar la soldadura exterior y se disponía a volver a la nave cuando Holland dio el último impulso a la "Palomino" para intentar llegar a la zona de gravedad cero que protegía a la "Cygnus". La sacudida rompió el cable y durante unos segundos el robot flotó libremente en el espacio.

Afortunadamente para él, en aquellos momentos era una maquina, no un ser humano, y no se dejó ganar por el pánico. Disparó un cable desde su cuerpo, que se unió magnéticamente al casco de la nave, permitiéndole volver sin novedad.

El último impulso consiguió los resultados apetecidos. En una fracción de segundo toda la agitación exterior cesó y la “Palomino” se halló de nuevo flotando en gravedad cero.

-¡Lo conseguimos! -suspiró Holland, dejándose caer hacia atrás en su asiento.

-¡Vaya trago! -respondió Pizer, limpiándose el sudor de la frente-. Ha habido un momento que pensé que no lo contaríamos. ¿Qué vamos a hacer ahora?

-Intentaremos posarnos sobre la "Cygnus". No podemos continuar así el viaje de vuelta. Si conseguimos meternos ahí dentro, es posible que encontremos los repuestos que necesitamos.

Alex Durant conectó un potente foco que iluminó la superficie de la "Cygnus", buscando un lugar donde acoplarse. De repente, se encontraron moviéndose sobre una gran ciudad, donde miles de luces brillaban debajo suyo, ahogando el haz de luz de la "Palomino".

Lumbreras y cúpulas radiaban luminosidad, deslumbrando a los observadores.

-¿Que diablos ha pasado? -preguntó Pizer, dando un salto en su asiento.

-¡La nave está viva! -exclamó Durant, pegando la cara a una de las claraboyas.

- Es como un árbol de Navidad comentó Harry Booth preparando rápidamente sus grabadoras-. No la recordaba así, pero ahora me parece hasta bonita.

-Bonita o no, será mejor que pongamos nuestros proyectiles atómicos en posición de disparo. No me gusta nada esto -dijo Holland secamente.

-Espera un momento, Dan. Sea lo que sea, deben ser amistosos... si hay alguien ahí dentro. He leído cosas de cómo iba armada. La prepararon para combatir con imaginarias hordas extraterrestres y su potencia de fuego es mil veces superior a la nuestra. De haberlo querido, nos habrían desintegrado en un abrir y cerrar los ojos.

-De acuerdo, vamos a aceptar que quién sea o lo que sea que hay ahí, es amistoso. Y como tienes razón que nos superan en fuerza de forma apabullante, lo mejor será obrar un optimismo. Vamos, Alex, ayúdame a buscar el muelle de atraque.

La “Palomino” giró desplazándose hacia una gran forma cónica, cerca de la torre de mando. Al pasar, vislumbraron un gran ventanal colocado en la parte superior de la “Cygnus”.

-¡Hay gente! -gritó, Kate-. Hay gente en la Cygnus. Holland se volvió, y creyó adivinar ciertas formas moviéndose lentamente en el área señalada. Muy pronto el ventanal salió de la zona visible cuando la “Palomino” se aproximó a la plataforma de anclaje.

-No estoy seguro de que fueran personas -dijo Holland, no queriendo aumentar las esperanzas de Kate por encontrar a su padre, evitándole un posible desengaño-. De todos modos, no tardaremos en averiguarlo.

Pizer mantenía puesta toda su atención en la maniobra. A un lado y otro de la plataforma los andenes extensibles, a modo de cordón umbilical, se tendían listos a unirse con la "Palomino», tan pronto terminara la operación de anclaje.

Vincent se deslizó desde el lugar que ocupaba para situarse frente al brazo de conexión, con los láser preparados para lo que pudiera ocurrir.

Cuando las luces verdes se encendieron en el cuadro de control de la «Palomino» indicando que el acople había concluido, y que la gravedad artificial en el interior del cordón umbilical estaba establecida, Holland se incorporó de su asiento lanzando un profundo suspiro.

-Aquí estamos,.. Y que venga lo que venga.

-Gravedad, oxígeno y presión en el tubo de conexión, correctos -dijo Pizer tras leer el tablero indicador.

-Escuchadme bien -dijo Holland-, quiero que todos lleven su pistola al alcance de la mano. Tú también, Booth, si es que sabes manejar una.

-Por lo menos sé cual de los lados es el que dispara -respondió Booth un tanto nervioso.

La puerta de comunicación se deslizó a un lado silenciosamente. Frente a ellos apareció Vincent para recibirles. -Adelante, señores, el camino esta libre.

Avanzaron a lo largo del pasillo de enlace. Frente a ellos se abrió una puerta, dejando ver una amplia sala brillantemente iluminada, aunque con evidentes señales de no haber sido utilizada durante mucho tiempo. Absolutamente nadie salió a recibirles.

El grupo permaneció expectante durante algunos segundos. Al fin, Holland gritó:

-¡Eh! Soy Dan Holland, comandante de la nave espacial "Palomino". ¿Hay alguien aquí?

Nadie apareció, ni obtuvieron respuesta alguna.

-No acaba de gustarme todo esto -comento Holland-. Charly, tú quédate a bordo de la "Palomino". Utilizaremos el canal C para comunicarnos.

Pizer empezó a discutir, aunque Dan cortó de inmediato toda protesta.

-Es una orden, Charly. Ahora mismo puedes hacer más falta ahí dentro que viniendo en el grupo. Si ocurriera algo, todos dependeremos de ti.

-Está bien -dijo al fin Pizer, de mala gana-. No dejéis de informarme de lo que ocurra.

Se adentraron en la sala y, apenas avanzados unos pasos, la puerta se cerró silenciosamente a sus espaldas. Vincent se situó en cabeza del grupo, dispuesto a defender a sus compañeros humanos de lo que pudiera ocurrir.

-Es curioso -comentó Durant-. Tengo la sensación de que miles de ojos nos observan y, sin embargo...

Unas diminutas compuertas se abrieron en las paredes y en el techo, y las pistolas de Holland, así como las del resto del grupo, se vaporizaron limpiamente, mientras que Vincent era lanzado violentamente hacia atrás, con sus láser inutilizados.

-¡Vincent! -gritó Kate, corriendo en su ayuda.

-Estoy bien, doctora Mac Crae -dijo el robot incorporándose con cierto trabajo-. La forma como nos arrebataron las armas, sin dañarnos, indican que hay por lo menos un robot de clase superior o una mente humana funcionando a bordo de la “Cygnus”.

La puerta del fondo opuesta a la que habían entrado se abrió, dejando ver un corredor que se extendía a lo largo de casi un kilómetro. Ninguno de los visitantes trató de simular la impresión que les hizo.

-¿Pasamos? -preguntó Booth, inquieto.

-¿Qué otra cosa podemos hacer? De momento no van a hacernos ningún daño... Si hubieran querido deshacerse de nosotros podrían haberlo hecho hace un instante, en lugar de limitarse a desarmarnos.

Una segunda puerta más pequeña se desplazó a un lado, a su derecha, dejando ver un vehículo de transporte interior.

-Por lo menos no tendremos que caminar -dijo Mac Crae encaminándose hacia el aerocoche -. Sea quien sea el que maneja la "Cygnus", nos está diciendo adónde tenemos que ir.

Se instalaron en el vehículo, que de inmediato se puso en marcha silenciosamente, deslizándose a lo largo del pasaje cilíndrico.

Las paredes eran casi en su mayoría transparentes, dándoles una espectacular perspectiva del espacio exterior, con el terrorífico remolino girando a un lado.

Cuando alcanzaban el final del tubo, el coche disminuyó la velocidad para detenerse, poco después, frente a la única salida del conducto.

Bajaron del coche mirando a su alrededor. Tras ellos quedaba el largo conducto que acababan de atravesar, encontrándose en un corto pasillo que conducía a una única puerta.

-Vamos para allá -dijo Kate iniciando la marcha-. No hay otro sitio adonde dirigirse. A pesar de lo inmenso que es esto, no podemos perdernos.

Holland se apresuró a alcanzarla, esperando a los demás. Miraba fijamente hacia arriba, a una cabina situada en lo alto en la base de la torre de mando adonde habían llegado.

-Ya sé que no debería alentar esperanzas, pero me es muy difícil no hacerlo -dijo Kate.

-Lo comprendo, Kate... Todos estamos contigo.

-¿Crees que mi padre...?

-No hables de ello ahora. Estamos a un paso de conocer la verdad. ¡Ánimo, Kate!

En el lugar donde se encontraban había un grueso cilindro que se elevaba hacia el techo, con una puerta en su base y una luz verde encendida.

-No hay duda de adónde conduce esto -comentó Durant-. Creo que por fin vamos a conocer a nuestros anfitriones.

La puerta del ascensor se cerró tras ellos silenciosamente.

Continuará...

Khaya

01 octubre 2007

El Abismo Negro!! (Primera Parte)

Después de una intensa semana donde no he podido escribir por causas ajenas a mi persona, aquí estoy... una vez más.

En fin... Hoy deseo compartir un relato bastante interesante. En primer lugar por la temática de su contenido (qué hay allá fuera, en el extra-radio de nuestro planeta azul? Puede exitir la vida en lo más profundo de ese supuesto "mar negro" que nos acompaña?) y, en segundo, por su autor. Sin duda alguna te sorprenderá saber que ha sido escrito por Walt Disney (quien a su vez, aprovecharía para realizar un film de la historia). Recordar también que Stephen King tiene un libro semejante y, al igual que su predecesor, una película.

Quien más quien menos ha oido hablar del "Abismo Negro". Y si no es tu caso, te invito a que leas un buen relato de ficción. Es de lectura rápida y amena. Merece la pena.

Por cierto, como su extensión en bastante amplia, mejor lo pongo por partes. Que disfrutes con su lectura!


EL ABISMO NEGRO - PRIMERA PARTE

El pequeño robot alargó uno de sus múltiples brazos para pulsar uno de los interruptores del control de mandos. Aquella era una operación de rutina, repetida miles de veces a lo largo de los dieciocho meses que la nave exploradora del espacio profundo «Palomino» llevaba deambulando por los límites de la galaxia, en la misión de encontrar indicios de vida en cualquiera de los millones de planetas desperdigados en el espacio.

Aquella operación, sin embargo, puso en funcionamiento todo el complicadísimo sistema de alarma del robot. Aún sabiendo que no había posibilidad de poder equivocarse volvió a hacer la comprobación, antes de decidirse a llamar.

-Comandante Holland, tenga la bondad de acudir a la sala de control -dijo con su característica voz de tono ligeramente metálico-. Hay algo que creo tendría que ver. Lo he puesto en el visor central.

Fue Charles Pizer, el primer oficial, el primero en acudir a la llamada. Era un hombre joven, de cabello negro y ensortijado, y con un agradable aspecto. Pese a su juventud era un experto piloto curtido en las más peligrosas misiones, por cuya causa había sido seleccionado para formar parte de la tripulación de "Palomino".

-¿Que ocurre, Vincent? -preguntó al pequeño robot con forma de barril, que estaba ajustando la pantalla holográfica-. ¿Algo serio?

-Algo interesante, fascinante más bien.

Vincent se hizo a un lado, dejando que el primer oficial pudiera examinar la pantalla.

Lo que Pizer vio le hizo soltar una exclamación que pudo ser escuchada en toda la nave, a través del sistema de intercomunicación.

-¿Qué pasa, Charly? --preguntó la doctora Mac Crae, entrando en la sala a través del túnel gravitatorio que cornunicaba con el plano inferior.

Tras ella llegaron apresuradamente el comandante Holland, Alex Durant y Harry Booth, el único ocupante de la nave que no formaba parte de la tripulación.

Los ojos de Alex Durant se clavaron en una de las pantallas laterales que mostraba estrellas y otros fenómenos estelares no, según su emisión, de luz visible, sino en una esquemática de ondas de gravedad. Una oscura mancha oval, rodeada de líneas cada vez más estrechamente agrupadas, giraba lentamente sobre sí misma. El científico adivinó inmediatamente de qué se trataba.

-¡Un abismo negro! - exclamó.

-Sí, señor. Es el abismo negro más potente que haya encontrado nunca -respondió Vincent-. Mis bancos de datos no tienen memoria de nada más fuerte.

La intensidad de la fuerza gravitacional en el centro de la oscura forma elíptica podía ser medida por las líneas de la pantalla. Una estrella "G 2” flotaba cerca en el espacio y su sustancia iba siendo absorbida por la terrible fuerza de atracción de la monstruosa espiral.

-Es terrorífico... y maravilloso -exclamó la doctora Mac Crae sin poder apartar los ojos de la fantástica escena que podía verse en la proyección heliográfica-. La fuerza más impresionante de todo el universo. Hay científicos que aseguran que los abismos negros acabarán por tragarse a todas las galaxias.

- Es como sacado del “Infierno" de Dante. Hay quien asegura que el infierno es hermoso, a mí no me lo parece -dijo Harry Booth -. Es más, esta escena me parece terriblemente repulsiva... y me da miedo. Preferiría estar a miles de millas de aquí.

Durant dejo escapar un gruñido de protesta. Sus ojos de científico estaban centrados en la terrible y a la vez hermosa espiral que continuaba tragándose cuanto entraba en su campo de atracción.

-Hay algo más que me gustaría que vieran -dijo Vìncent, mientras ampliaba la proyección.

La imagen del abismo negro dejó paso a una pequeña masa inmóvil situada muy a la izquierda de la zona de más intensa gravedad.

-¿Un asteroide? -preguntó Pizer-. No veo que tenga nada de particular, Vincent. Hay cientos de ellos que están siendo absorbidos por ese inmenso sumidero.

-No lo creo, señor, y si es un asteroide, no responde a ninguna de las leyes físicas conocidas. Lo he estado observando desde que detecté el abismo negro y no se ha movido, ni en relación con el pozo de gravedad ni tampoco con la estrella, es muy raro.

Su estabilidad parece indicar que hay a su alrededor una zona de intensa fuerza anti-gravitacional que desafía todas las leyes. Además, observen que tiene una forma asombrosamente regular.

-¿Una nave? -preguntó Harry Booth, el periodista.

-Eso es lo que se me ocurre, señor.

-¡Amplía la imagen, Vincent! -pidió Holland, visiblemente emocionado.

La silueta de la pequeña masa inmóvil llenó ahora toda la pantalla holográfica, dejando a todos sin habla.

-¡Una nave espacial! -exclamó Booth-. ¡Y debe ser enorme! ¿Serán extraterrestres?

-Los extraterrestres son un mito -dijo Durant, con mayor dureza de la que hubiera querido imprimir a sus palabras-. Son historias que se utilizan para tomarnos el pelo. Este viaje lo ha demostrado de sobra.

-Superpone las formas de las naves terrestres desaparecidas hasta la fecha, Vincent -pidió Kate.

Un brazo de metal se extendió desde el cuerpo del robot hasta ajustarse en un receptáculo al lado de la pantalla. De inmediato, una serie de líneas luminosas, correspondientes a las siluetas de diversas naves, fueron acoplándose a la forma inmóvil de la nave misteriosa, hasta que, finalmente, una de ellas se adaptó perfectarnente al contorno.

-Sonda de espacio profundo número uno -dijo Vincent metódicamente-. Masa y forma se correlaciona perfectamente.

-De acuerdo, Vincent -dijo Holland-. Busca la historia de esta nave y prográmala en la pantalla.

-No es necesario -interrumpió Kate, que se había puesto intensamente pálida-. Es la nave del espacio profundo “Cygnus".

-¡Naturalmente! -exclamó Booth-. Es la nave que se construyó bajo las órdenes del profesor Reinhardt. Ahora recuerdo perfectamente la historia... Fue la nave más cara que se haya construido jamás en la Tierra. Por cierto, ¿no viajaba en ella su padre, doctora Mac Crae?

-Sí. Desapareció hace veinte años, con toda su tripulación. Dan, ¿tú crees que...?

Dejó la frase sin concluir, aunque el comandante captó toda la angustia de la pregunta.

-Charly, intenta comunicar con la “Cygnus" por los medios convencionales. Veamos si obtenemos respuesta.

-Va a ser endiabladamente difícil, con todo ese fondo de energía que tenemos ahí detrás.

-Activa los sensores de largo alcance; es posible que tengan algún tipo de emisión programada..., aunque no quede nadie a bordo para emitir un mensaje.

Un fuerte crepitar fue lo único que pudieron captar a través del audio. La emisión de energía del abismo negro era demasiado intensa, ahogando todo lo demás. Tanto Durant como el periodista observaban disimuladamente a Mac Crae, aunque por razones bien distintas. El primero trataba de averiguar las emociones de la doctora ante la posibilidad de encontrar a su padre perdido en la misión más costosa y fantástica que se hubiera intentado nunca. La «Cygnus» había sido duramente criticada por todos los economistas de la Tierra, aunque era el sueño dorado de cualquier científico espacial. Para Booth aquello era la posibilidad de una nueva historia para sus lectores. En estos momentos trataba de reconstruir en su memoria los hechos, tal y como sucedieron, durante la construcción y partida de la «Cygnus». Imaginaba la reacción de Hans Reinhardt, cerebro y jefe de la expedición, cuando recibiera la orden de regresar a la Tierra, tras considerar que la misión había sido un fracaso. Nunca más se había vuelto a saber de la super-nave a partir de ese instante.

-¿Conociste personalmente a Hans Reinhardt, Harry? -preguntó Durant, sinceramente interesado.

-Decir que choqué con él sería una respuesta más exacta. Una cosa es verdad... era un genio en el campo de la ciencia. "El primero entre los primeros”, como decían entonces.

-Reinhardt era una leyenda, aún antes de hacerse cargo de la dirección y supervisión de la "Cygnus" -añadió Kate, interviniendo en la conversación, aunque estaba pendiente de la posible respuesta del audio-. Mi padre sentía una profunda admiración por él. Yo entonces era muy pequeña, pero recuerdo perfectamente el profundo respeto con que hablaba de él y de sus conocimientos científicos. En varias ocasiones le oí describirlo como un genio.

-¡No hay nada que hacer! -interrumpió Pizer-. O no contestan desde la "Cygnus" o las interferencias del abismo nos impiden oír cualquier tipo de respuesta. ¿Qué hacemos, Dan? En mi opinión, podríamos acercarnos para examinarla más de cerca.

-La imprudencia es la característica de la juventud -regañó Vincent.

-¡Cállate, lata de sardinas! -respondió Pizer, haciendo un cómico gesto de pelea.

-Pizer tiene razón -exclamó el reportero, verdaderamente excitado-, No tiene sentido encontrar a la "Cygnus” y no hacer nada por intentar averiguar qué ocurrió. Mire capitán, tengo más miedo que cualquiera de ustedes a ese inmenso abismo negro que hay ahí delante, pero iría hasta el mismísimo infierno por poder contar una historia así a mis lectores.

-Si nos atrapa ese campo de gravedad, Harry, no habrá historia alguna que contar. Tan sólo seremos una minúscula masa de materia superdensa.

-Y, sin embargo, yo opino que no debe ser tan grande el riesgo -interrumpió Alex Durant-. Fíjate en esa nave... No hay duda de que algo desconocido la está protegiendo. Hay una masa antigravedad, no cabe duda, que impide que se precipite en el abismo, pero debe haber algo más, algo que hace que no le llegue la radiación de rayos gamma procedente de ahí dentro, de lo contrario, ya debería haberse cocido.

-¡Está bien! -admitió Holland, de mala gana-. Vamos a acercarnos, pero, os lo advierto, al primer síntoma de peligro saldremos de ahí con toda la potencia de nuestros motores. ¡Todo el mundo a sus puestos!

Los dedos de Pizer bailaron sobre el tablero de control y la "Palomino" empezó a desplazarse silenciosamente hacia el abismo amenazador. Pasaron unos minutos antes de que la terrible fuerza de atracción empezara a dejarse sentir, agitando la nave como pedazos de hielo dentro de una coctelera.

-¡Gravitación dos-coma-cuatro-siete y subiendo! -leyó Pizer-. No comprendo cómo la "Cygnus" permanece inmóvil...

Los movimientos convulsivos de la "Palomino" fueron haciéndose cada vez más acusados según iban acercándose a los bordes del sumidero. Jamás nave alguna había soportado presiones semejantes y la tripulación se preguntaba cuánto tiempo aún podrían aguantar.

De pronto, sin justificación alguna, la presión cedió hasta el punto cero.

-¿Qué ha ocurrido? -preguntó Booth.

-No lo sé -respondió Holland. Debemos estar bajo la misma capa neutra de gravedad que protege a “Cygnus”. Vamos a dar una vuelta a su alrededor. Tú, Charly, continúa tratando de comunicarte por radio con esa nave; si no obtenemos respuesta, vamos a salir de aquí a toda prisa.

La "Palomino" se deslizó de abajo a arriba de la "Cygnus". Al verla tan cerca es cuando se dieron cuenta de las verdaderas dimensiones de la nave. Jamás en la Tierra se había construido nada semejante-, Y posiblemente nunca se volvería a hacer. A su lado, la nave "Palomino" no era mayor que una nuez comparada con una gigantesca calabaza. Holland sintió, un escalofrío. Cualquier piloto hubiera dado un brazo a cambio de poder manejar una nave como ésa.

Nuevamente la fuerza gravitacional apareció. Surgió de golpe, haciendo que la "Palomino” se encabritara en el espacio, atraída por el abismo negro.

-¡Motores a toda potencia! -gritó Holland.

Una luz de alerta empezó a encenderse y a apagarse a la izquierda del cuadro.

-Ruptura de aire en medio de la nave -habló el robot con calma. Perdemos presión en las baterías... Fallo en el sistema de regeneración...

Hasta ellos llegó claramente el lejano estampido de unas explosiones.

-¡Kate, Booth! -pidió Holland-. Id hacia allá a ver qué podéis hacer. Nosotros trataremos de salir como podamos de este infierno. Charlie, dame la máxima explosión en los motores de balance cuando cuente hasta cero. ¿Listo?

-Cuando quieras -respondió, Pizer con voz tensa.

-¡Cinco, cuatro, tres, dos, uno, cero!

La "Palomino" dejó de caer, al menos tan violentamente, haciendo saltar a Durant, Booth y Mac Crae a causa de la violenta sacudida. Sometidas a una presión superior a lo proyectado, las conducciones de aire comenzaron a silbar ruidosamente.

Vincent hacía lo que podía por reparar las averías, aunque de inmediato comprendió que eran demasiado graves para una rápida solución. Para agravar la situación, una de las compuertas de emergencia no pudo soportar la presión Y saltó, haciendo que toda la nave se agitara.

-Fractura en el casco, capitán -comunicó Vincent.

-¿Grave?

-No por el momento. La cubierta de la compuerta número cuatro se ha desprendido y la sección ha sido sellada. -¿Qué hay en ese compartimiento?

-Suministros varios, señor. Algunos de ellos no regenerables, como los medicamentos.

-¡No podemos arriesgarnos a perderlos! -exclamó Holland, ahogando una maldición-. Sólo nos faltaría eso… poder salir de ésta y morir en el viaje de regreso por no poder combatir una infección sin importancia.

-Opino como usted, señor. Si me lo permite, voy a salir al exterior para hacer las reparaciones.

-No es que me guste mucho, pero… permiso concedido. Haz lo que puedas, Vincent.

El robot se dirigió hacia la parte trasera de la nave a través de los corredores.

-¡Vincent! -Llamó Pizer.

-¿Sí, señor?

-Ten mucho cuidado, viejo montón de chatarra. No me gustaría tener que hacer la vuelta sin ti.

-Lo tendré -respondió Vincent, con un tono muy parecido al de la emoción.

-Al fin y al cabo -bromeó Charlie-, ¿con quién iba a poder pelear?

-Descuide, señor. Me tendrá de vuelta, aunque sólo sea para que pueda seguir cuidando de usted.

Pizer observó al robot alejándose, mientras se preguntaba dónde empezaba la parte humana del robot y dónde la máquina. Para él, Vincent era mucho más humano que otra cosa, aun sabiendo que había sido construido en un laboratorio con metal especial y complicadísimos componentes electrónicos.

Continuará...

Khaya

21 septiembre 2007

Un Gran Viaje Estelar!!

Hoy te propongo una lectura muy amena y ágil. Un pequeño relato de Jose María Merino. Merece la pena internarse entre sus palabras para descubrir la hermosa historia que cobija, inconsciente transfondo de la sociedad en la que se ampara.

Y hago mención de este relato en concreto por varias razones. Principalmente porque me hace recordar una de mis sagas preferidas (Star Wars),también porque me resulta un texto de lo más sencillo y directo -lo que le confiere rapidez y entendimiento a la hora de su lectura-, y sobre todo porque -hasta la fecha- me parece hermoso en todo su contexto. Lo leí cuando aún era una niña; desde entonces, lo he vuelto a leer cientos de veces. Y en cada nueva lectura, siempre vislumbro un aspecto diferente, pero conservando antetodo los matices que me embriagaron antaño.

El niño-lobo del cine Mari

La doctora estaba en lo cierto: nin­gún proceso anormal se dasarrollaba dentro del pequeño cerebro, ninguna perturbación patológica. Sin embargo, si hubiese podido leer el mensaje contenido en los impulsos que habían determinado aquellas líneas si­nuosas, se hubiera sorprendido al encon­trar un universo tan exhuberante: el niño era un pequeño corneta que tocaba a la carga en el desierto, mientras ondeaba el estandarte del regimiento y los jinetes de Toro Sentado preparaban también sus cor­celes y sus armas, hasta que el páramo pol­voriento se convertía en una selva nutrida de vegetación alrededor de una laguna de aguas oscuras, en la que el niño estaba a punto de ser atacado por un cocodrilo, y en ese momento resonaba entre el follaje la larga escala de la voz de Tarzán, que acu­día para salvarle saltando de liana en liana, seguido de la fiel Chita. O la selva se trans­mutaba sin transición en una playa extensa; entre la arena de la orilla reposaba una botella de largo cuello que había sido arro­jada por las olas; el niño encontraba la bo­tella, la destapaba, y de su interior salía una pequeña columnilla de humo que al pun­to iba creciendo y creciendo hasta llegar a los cielos y convertir­se en un terrible gi­gante verdoso, de larga coleta en su cabeza afeitada y uñas en las manos y en los pies, curvas como zarpas. Pero antes de que la amenaza del gigante se concretara de un modo claro, la playa era un navío, un buque sobre las olas del Pacífico, y el niño acom­pañaba a aquel otro muchacho, hijo del po­sadero, en la singladura que les llevaba hasta la isla donde se oculta el tesoro del viejo y feroz pirata.

Una vez más, la doctora observó per­pleja las formas de aquellas ondas. Como de costumbre, no prestaban variaciones espe­ciales. Las frecuencias seguían sin procla­mar algún cuadro particularmente extraño.

Las ondas no ofrecían ninguna altera­ción insólita, pero el niño permanecía insen­sible al mundo que le rodeaba, como una estatua viva y embobada.

El niño apareció cuando derribaron el cine Mari. Tendría unos nueve años, e iba vestido con un traje marrón sin solapas, de pantalón corto, y una camisa de piqué. Calzaba zapatos marrones y calcetines blan­cos.

La máquina echó abajo la última pared del sótano (en la que se marcaban las hue­llas grotescas que habían dejado los urina­rios, los lavabos y los espejos, y por donde asomaban, como extraños hocicos o bocas, los bordes seccionados de las tuberías) y, tras la polvareda, apareció el niño de pie en medio de aquel montón de cascotes y escom­bros, mirando fíjamente a la máquina, que el conductor detuvo bruscamente, mientras le increpaba, gritando:

-Pero qué haces ahí chaval. Quítate ahora mismo.

El niño no respondía. Estaba pasma­do, ausente. Hubo que apartarlo. Mientras las máquinas proseguían su tarea destruc­tora, le sacaron al callejón, frente a las carteleras ya vacías cuyos cristales sucios proclamaban una larga clausura, y le pre­guntaban.

Pero el niño no contestó: no les dijo cómo se llamaba, ni dónde vivía. No les dio atisbo alguno de su identidad. Al cabo, se lo llevaron a la comisaría. Aquel raro atilda­miento de maniquí antiguo, y el perenne mutismo, desconcertaban a los guardias. Al día siguiente, las dos emisoras daban la curiosa noticia, y en el periódico, por la mañana, salió una fotografía del niño, con su rictus serio y aquellos ojos fijos y ausen­tes.

La doctora puso en marcha el aparato y comenzó a oirse otra vez el cuento. En el niño hubo un breve respingo, y sus ojos bizquearon levemente, como agudizando una supuesta atención cuyo origen tampoco po­día ser comprobado. Tanto los sonidos re­producidos a través de algún instrumento como las imágenes proyectadas de modo artificial, le hacían reaccionar del mismo modo, y producían unas ondas como de emo­ción o súbito interés. La doctora suspiró y le palmeó las pequeñas manos, dobladas sobre el regazo.

-Pero di algo.

El niño, una vez más, permanecía silencioso y absorto.

Al parecer su nombre era Pedro. Al poco tiempo de haberse publicado la foto en los periódicos, una señora llorosa se pre­sentaba en la redacción con la increíble nueva de que el niño era hijo suyo, un hijo desaparecido hacía treinta años. La señora era viuda de un fiscal notorio por su dure­za. Le acompañaba una hija cuarentona. Extendió sobre la mesa del director una serie de fotas de Primera Comunión en que era evidente el parecido. Acabaron por entregarle el niño a la señora, al menos mientras el caso se aclaraba definitivamen­te.

El hecho de que un niño desaparecido treinta años antes (en un suceso misterioso que había conmovido a la ciudad y en el que se había aludido a causas de venganzas oscuras) apareciese de aquel modo, como si sólo hubiesen transcurrido unas horas, era tan extraño, tan fuera del normal aconte­cer, que a partir del momento en que se le atribuyó aquella identidad, ni la prensa ni la radio volvieron a hacerse eco de la noti­cia, como si el voluntario silencio pudiese limitar de algún modo lo monstruoso del caso.

Sin embargo, el asunto era objeto de toda clase de hipótesis, comentarios y con­clusiones en mercados y peluquerías, ofici­nas y tertulias y, por supuesto, en cada uno de los hogares. Hasta tal punto el tema parecía extraño, que los amigos de la familia dudaban entre darle a la madre la enhora­buena o el pésame.

Al aparecido le llamaron el "niño lobo" desde que ingresó en la Residencia, aunque la doctora señalaba lo impropio de la deno­minación, ya que no manifestaba ningún comportamiento por el que pudiese ser asi­milado a aquel tipo de fenómenos, sino sólo una especie de catatonía, de rara estupe­facción. Sin embargo, las extrañas circuns­tancias de su aparición, aquella presencia alucinada, sugerían realmente que el niño hubiese sido recuperado fortuitamente de algún remoto entorno, virgen de presencia humana.

Puso música y el niño tuvo otro pe­queño sobresalto. Era un niño muy guapo. Ahora la miraba como si quisiera decirle algo, pero ella sabía que era inútil animarle. Aquella supuesta intención era sólo una figuración suya. El desconocido pensamien­to del niño estaba muy lejos. Era una ver­dadera pena.

-Hoy te voy a llevar al cine -dijo la doctora.

Primero, le reconocieron en la Resi­dencia. Luego, la familia le había trasladado a Madrid, buscando esa mayor ciencia que siempre en provincias se atribuye a la capi­tal. Pero no hubo mejores resultados. Cu­ando volvió, el niño mantenía la misma pre­sencia atónita y, aunque las hermanas ha­blaban de llevarle a California (donde al parecer las cosas del cerebro estaban muy estudiadas), la madre se había acostumbra­do ya a la presencia inerte de aquel gran muñeco de carne y hueso, y posponía la decisión de separtarse de él.

De vuelta a la ciudad, el niño seguía subiendo a la Residencia, donde la doctora le miraba todas las semanas. La doctora era bastante joven, y se estaba tomando el caso con mucho interés. Además de las connota­ciones médicas del asunto, le fascinaba la impasibilidad de aquel pequeño ser mudo, cuyos ojos parecían mostrar, junto a un gran olvido, un desolado desconcierto.

La evidente influencia que producía en el cerebro del niño cualquier imagen o sonido proyectado a través de medios artifi­ciales, le había sugerido la idea de llevarle al cine. La doctora era poco aficionada al cine, sobre todo por una falta de costumbre que provenía de su origen rural, de un internado severo de monjas y de una carre­ra realizada con bastantes esfuerzos y con poco tiempo de ocio. Sus descansos vesper­tinos solía emplearlos en la lectura de temas vinculados a su profesión, y sólo de modo ocasional asistía a la proyección de alguna película que la publicidad o los compañeros proclamaban como verdaderamente impor­tante.

La idea le surgió al ver las largas colas llenas de niños que rodeaban al Empe­rador. Al parecer se trataba de una de esas películas de enorme éxito en todas partes, que se pregonan como muy apropiadas para el público infantil, con batallas espaciales y mundos imaginarios.

La doctora se proponía observar cui­dadosamente al niño a lo largo de toda la sesión, escrutando el pulso, la respiración y otras manifestaciones físicas del posible impacto que la visión de la película pudiese tener en aquel ánimo misteriosamente ajeno.

Le observó durante los primeros mi­nutos de proyección. El niño se había acu­rrucudo en la butaca y observaba la panta­lla con avidez de apariencia inteligente. Mientras tanto la historia comenzaba a desa­rrollarse. Una espectacular nave perseguía a otra navecilla por el espacio infinito, ful­gurante de estrellas, muy bien simulado. La nave perseguidora hace funcionar su arti­llería. La pequeña nave es alcanzada por los disparos de raro zumbido, y atrapada al fin por medio de poderosos mecanismos. El ven­cedor llega para conocer a su presa. Es una estampa atroz: una figura alta, oscura, con un gran casco negro parecido al del ejérci­to, cuyo rostro está cubierto por una más­cara metálica, también negra, que recuerda en sus rasgos una mezcla imprecisa de ani­males y objetos: ratas, mandriles, cerdos, caretas antigás.

Entonces el niño extendió su mano y sujetó con fuerza la de la doctora. Ella sin­tió la sorpresa de aquel gesto con un impac­to más que físico. Exclamó el nombre del niño. Le observó de cerca, al reflejo de las grandes imágenes multicolor. En los ojos infantiles persistía aquella mirada inteligen­te, absorta en la peripecia óptica, y la doc­tora sintió una alegría esperanzada.

La princesa ha sido capturada, aun­que ha conseguido lanzar un mensaje que sus perseguidores no advirtieron. Mientras tanto, sus robots llegan a un desierto re­verberante, cuya larga soledad sólo presi­den los restos de gigantescos esqueletos. El cielo está inundado de un extraño color, en un crepúsculo de varios soles simultáneos.

Sin darse cuenta, la atención de la doctora se distrajo en aquella extraña aven­tura y no percibió que el niño había soltado su mano, y atravesaba la oscuridad multico­lor, ascendía por la rampa de la nave, con­seguía introducirse en ella como disimulado polizón.

La nave recorría rápidamente el espa­cio oscuro, lleno de estrellas, que la rodea­ba como un cobijo. Los héroes vigilaban el fondo del cielo para prevenir la aparición del enemigo.

Al fin, la doctora se dio cuenta de que el niño había soltado su mano y volvió la cabeza a la butaca inmediata. Pero el niño ya no estaba y, del mismo modo que había sucedido en aquella lejana desaparición primera, la busqueda fue completamente infructuosa.

Jose María Merino

Realmente... casi perfecto, verdad? Al menos, yo así lo pienso.

Espero que hayas disfrutado de su lectura y recuerda:

"Somos lo que leemos... Somos nuestra propia imaginación!!"

Khaya

17 septiembre 2007

Memorias de Mi Último Viaje!!

Hoy estoy un tanto filosófica para conmigo. No suele ser habitual, aunque para nada me resulta extraño. Tranquilos, no tengo intención de caer en el tedio ni de sentenciaros con un monótono y aburrido discurso. Sí, de esos de “paja y postín” que abarcan mucho y en realidad apenas contienen, a lo sumo, tres frases “jugosas” de las que se puede desprender alguna conclusión acertada sobre el tema al que hacen mención. Todo lo demás… aire!!

En fin… En este plan viajaba, obviando –al menos lo intentaba- los desagradables sonidos que producía el medio de transporte en el cual me desplazaba. [Parece mentira que en pleno siglo XXI la acústica, sobre todo en el centro de una gran ciudad, sea un problema. Somos más inteligentes, hemos evolucionado tecnológicamente, nos movemos con mayor facilidad y rapidez. Por qué, entonces, la contaminación acústica –la ambiental… sin comentarios- va en aumento?].

Entre torpes sacudidas y azarosos traqueteos -lo que me hizo recordar, de la manera menos grata, que tengo que conseguir sacarme el carnet (licencia) de una vez por todas. Me refiero al de conducir, por supuesto. Aunque siendo sincera, sería feliz yendo al trabajo en bicicleta; algo, por no decir más que difícil, prácticamente imposible-, mi imaginación dejó de navegar libremente por mundos afines para confabularse con mi propio pensamiento, lo que supuso que mi razón volviera al mundo terrenal.

Es decir, ante el inoportuno maremágnum de crecientes molestias en el que me vi envuelta, opté por despertar a la lógica y unirme al estrafalario cuadro que se mostraba ante mi, aún, adormecida mente.

Gentes de lugares diversos… razas, culturas y religiones dispersas… ancianos y jóvenes… camareros… altos ejecutivos… hombres… mujeres… Todos ellos poblaban, en cierta manera, el reducido habitáculo que conformaba el vagón en el que, por casualidades del destino, yo también me encontraba -por decirlo así- presa de las urgencias del tiempo y la rutina diaria.

Ante tales expectativas y viendo que -todavía- me restaba bastante trayecto por cumplir, preferí dedicar los siguientes minutos a observar, tan sólo por mera curiosidad, a mis fortuitos compañeros de viaje; personas que supuestamente no tenían nada en común salvo que compartíamos el mismo transporte.

La mayoría se mostraban silenciosos -más bien reservados-, con lánguidas caras e indefinida mirada. Otros, los más recatados -de maduras facciones- diría que hasta preocupados; pero en general todos, sin excepción, parecían fatigados y carentes prácticamente de toda ilusión. Personajes que poco a poco se volverán grises, a veces -incluso- monótonos y rutinarios, que vivirán el día a día sin darse cuenta de lo que les rodea, sin apenas tener conciencia ni disfrutar de su existencia, vidas robóticas a expensas de una sociedad que está perdiendo sus valores más profundos, su propia identidad.

Y de entre todos ellos, destacaba un joven de aspecto tímido, de media melena y cabello negro como el carbón. Me resultó de lo más intrigante pues el muchacho -yo diría que de unas veinticuatro primaveras- ostentaba, sin mala intención, la más hermosa, satisfecha, lucida y feliz de las sonrisas. Sus pensamientos le delataban pues, de vez en cuando, nos permitía entrever “sonoras gracias” que servían de aperitivo a las murgas de fondo, que sonaban bajo el incesante repiqueteo del tren en armonía con el ir y venir -continuo- de los viandantes a través del reducido vagón.

A partir de este momento, mi aspecto filosófico entró en juego. Alguna vez te has preguntado qué tiene de especial la vida? Por qué unos son felices y otros aparentan serlo? Qué hay de diferente entre las personas del vagón y cuánto tienen en común?

Estoy segura de que cada uno responderá según ciertos condicionantes. Ya sean las experiencias vividas, los atenuantes de la sociedad en la que vivimos y trabajamos, su propia situación en la vida… circunstancias… necesidades… hechos…

Hum, demasiadas cosas, verdad? Te invito a leer una poesía un tanto especial por el tema al que hace referencia. Es una adaptación de Jorge Luis Borges a partir de un poema de Don Herold. Es muy hermosa, sinceramente!!

Instantes
(autor: Don Herold, adaptación: Jorge Luis Borges)

Si pudiera vivir nuevamente mi vida,
en la próxima trataría de cometer más errores.
No intentaría ser tan perfecto, me relajaría más.
Sería más tonto de lo que he sido,
de hecho tomaría muy pocas cosas con seriedad.
Sería menos higiénico.
Correría más riesgos,
haría más viajes,
contemplaría más atardeceres,
subiría más montañas, nadaría más ríos.
Iría a más lugares adonde nunca he ido,
comería más helados y menos habas,
tendría más problemas reales y menos imaginarios.

Yo fui una de esas personas que vivió sensata
y prolíficamente cada minuto de su vida;
claro que tuve momentos de alegría.
Pero si pudiera volver atrás trataría
de tener solamente buenos momentos.

Por si no lo saben, de eso está hecha la vida,
sólo de momentos; no te pierdas el ahora.

Yo era uno de esos que nunca
iban a ninguna parte sin un termómetro,
una bolsa de agua caliente,
un paraguas y un paracaídas;
si pudiera volver a vivir, viajaría más liviano.

Si pudiera volver a vivir
comenzaría a andar descalzo a principios
de la primavera
y seguiría descalzo hasta concluir el otoño.
Daría más vueltas en calesita,
contemplaría más amaneceres,
y jugaría con más niños,
si tuviera otra vez vida por delante.

Pero ya ven, tengo 85 años...
y sé que me estoy muriendo.

Hermosa, verdad? Ahora ya sabes lo que tienen en común, y lo que no, las personas del vagón.

Recuerda… como dice cierta máxima latina: Carpe Diem!!

Khaya

15 septiembre 2007

Mi Primer Blog

Bienvenido a este humilde y reservado espacio en la red donde intentaré desarrollar el arte más antiguo desempeñado con vehemencia por el hombre, principal y férrea base de la comunicación. Sí, efectivamente… me refiero, sin duda alguna, al noble privilegio de la escritura. Y digo “privilegio” pues aquellos que con desmedida soltura muestran gratas habilidades con la pluma, no son capaces de otorgarse el beneplácito que suscita la creación espontánea de “mágicas” letras formando un algo y un todo, tan sólo por el mero hecho de satisfacer, divertir o bien engrandecer nuestro propio deleite.

Aquellos que buscan aventuras arraigadas en la sociedad, a menudo fieles copias de un mundo caótico y gris, les recomiendo que sigan buscando. Pero si, en verdad, deseas adentrarte tras el umbral que se escuda bajo éstas, mis palabras, otorgando ligeras pinceladas de color a una casi oxidada imaginación… entonces, continúa leyendo.

Dicen que no toda distancia es ausencia ni todo silencio es olvido…

Lo dicen y yo… me lo creo. Pues, aunque mi patria esté más allá del horizonte que ahora honra mi mirada, aunque por única compañía -en cierta manera- mantengo la soledad de la mía propia y aunque los frondosos y verdes bosques -dejados atrás, en la distancia, muy a mi pesar- los he reemplazado por lánguidas y yermas extensiones de nada… de una gran tierra vacía…, yo sigo llevando “mi reino”, mi gente y mis costumbres (incluyo en ellas mi, cada vez menos, notorio acento) conmigo, en lo más profundo de mí misma; en un lugar donde los sentimientos alcanzan cordura, las lágrimas carecen de importancia y el olvido se hace latente.

Quizá por ello tengo necesidad de citar un texto de Juan José Plans, uno de los principales representantes de la mejor generación de escritores españoles. Y lo hago principalmente por dos razones concretas. Primero, porque me resulta un relato del todo hermoso. De principio a fin, traslada al lector a ese vetusto mundo literario -de consagrada imaginación- que todos, en nuestra juventud -quien más, quien menos-, hemos conocido y disfrutado. Y segundo, porque -al hablar de ella- me hace recordar mi propia ciudad. Menciona lugares en los que, también yo, se me antojaba vivir -si no las mismas- otras aventuras, creíbles y posibles a los ojos de una niña.

Disfruta su lectura!! (^_^)

Castillos de Arena

Nadaba algo alejado de la orilla, en la que las cabezotas olas seguían deshaciendo la lancha que había construido en arena mojada, cuando el ‘Nautilus’ emergió de improviso a mi lado lanzando como lo haría Moby Dick chorros de agua y vapor tan altos como la iglesia de San Pedro. Huyeron despavoridos los bañistas que estaban a mi alrededor, pero no yo, porque sabía que no era un monstruo marino y sí el más imponente submarino. Y una aventura más. Si poco antes, en la lancha de arena, blandiendo mi pala playera, como lo haría Jim Hawkins, me había enfrentado a los temidos piratas de John Silver el Largo, ahora lo haría a las serpientes de mar que decían aparecían todos los veranos. En compañía del profesor Arronnax, su criado -entonces se decía ‘criado’- Conseil, el arponero Ned Land y el capitán Nemo; quien, en otra ocasión, me ayudaría a salir de ‘La isla misteriosa’. Tras ver la Atlántida, sumergida frente a La Providencia, el que después se descubrió que era un príncipe indio destronado por los ingleses, me dejaría en el puerto, en la rampa de La Rula, recomendándome:

-Y ahora, a dormir -porque cenar, sí que ya había cenado: salmonetes a la parrilla, emperador con cebolla y salsa de cerveza y ostras crudas. Platos típicos en el ‘Nautilus’.
Lo que yo no sabía es que ya me había dormido leyéndome mi padre ’20.000 leguas de viaje submarino’.

En la playa, por aquellos años, ocurrían cosas así. Ahora, ya no. O a mí, al menos, ya no me ocurren. Tampoco se celebran en ella carreras de ‘bólidos’. Corrían por el Muro, bajaban por la rampa del Tostadero, cruzaban la playa -algunos se quedaban con las ruedas hundidas en la arena-, subían por la rampa de la Pescadería y otra vuelta más. Tampoco ya nadie se tira al río desde el puente. Ni se coloca, durante el verano, aquel otro puente de madera, era casi como el de Kwai, o eso me parecía, por el que se cruzaba el río sin tener que salir de la playa. ¡Y aquellas avionetas que soltaban pequeños paracaídas con regalos! Todos, pequeños y grandes, nos enzarzábamos por cogerlos.

Ahora, para que me ocurran cosas así, como lo del ‘Nautilus’, tengo que imaginármelas. Ya no oteo bergantines, ya no encuentro tesoros en las rocas, ya el faro no es el del fin del mundo, ya no cuento el humo de las chimeneas de los barcos que se iban con emigrantes a ‘las Américas’, ya no cruzo nadando la playa desde Casablanca hasta San Pedro, ya no juego al escondite escondiéndome en la primera caseta que se pilla. Como tampoco hay indios y vaqueros por las praderas de Mañitú. Ahora sólo son prados. Ni hay oquedad por la que bajar al centro de la Tierra. Ya en el cielo de la noche no aparecen platillos volantes. ¿Dónde están el capitán Blood o El Cisne Negro? Por el puerto, antes, me codeaba con todos los hermanos (que) eran valientes. Por Somió, con Ivanhoe; por Deva, con los Caballeros del Rey Arturo; por El Coto, con El Príncipe Valiente. Tenía, teníamos todos los de la pandilla, “viento en las velas”, creo que más en las de la mente que en las del cuerpo. Si mirabas al mar, veías al hidalgo de, pues eso, de los mares; si mirabas hacia las montañas, las nieves del Kilimanjaro, y más abajo al halcón, el de la flecha.

Sé la respuesta. Pero prefiero no decírmelas. Porque siempre me ha gustado ser un Peter Pan. Y, dejar de serlo, es un poco duro. Pero, cuando la playa sólo es la playa, el mar sólo es el mar, hay que reconocer que hay un tiempo, el más bonito, que se ha ido quedando atrás. Es cuando se llega a saber que, si uno escribe, es porque se ha dejado de vivir, sí, vivir, aventuras y, por lo tanto no queda otro remedio que imaginárselas para seguir viviendo. Por eso, en uno de mis libros sobre Gijón se roba el horizonte al Elogio, deambula el tercer hombre por Cimadevilla, viajo en compañía de una sirena a la catedral de Gijón, sumergida cerca de la playa. Y en otro un dragón, el Cuélebre, ataca a la ciudad. Y en otro un detective privado, fiel seguidor del Sporting, tiene que hacer frente a un asesino por las calles de la otrora villa. Y en otro…

En el fondo, es que me resisto a que mi horizonte se cierre como se está cerrando el de la playa de San Lorenzo, que es mi playa de toda la vida. En la que, cuando llegaba septiembre, quedando sólo las gaviotas a la orilla del mar, corría tan libre como ellas, y puede que hasta volara. Antes, mis aventuras, se las contaba a mi abuelo cuando íbamos por Cimadevilla en busca del amigo pescador que en sus lanchas nos daba una vuelta por el puerto, asomándonos algunas veces hasta la playa.

Ahora espero que mis nietos me cuenten sus aventuras. Y que, ahora, el abuelo soy yo. También tendré que contarles las mías. Pero las suyas, por vividas, serán mejores. Entre todos, haremos un buen castillo de arena. Y otro, y otro, y otro más. Hasta que se acabe la arena de los sueños. Porque todo está escrito. Sólo cambian los sueños.

PLANS, Juan José. “Castillos de arena”. El Comercio (Agosto 2007)

Cada uno sacará sus propias conclusiones del relato, es lógico; pero espero que estéis de acuerdo conmigo en considerar que ha sido hermoso, ¿verdad? (^_^)

Por cierto, pienso que todos deberíamos poseer un Peter Pan en nuestro interior. Y de esta manera no hacernos adultos para poder conservar, ágil y lozana, -y así no perder- nuestra imaginación!!

"Somos lo que nosotros deseamos, deseamos lo que nosotros soñamos, soñamos con lo que creemos y creemos en lo que somos"!!

Khaya